Habiéndose instalado los españoles en la metrópoli incásica, el Cuzco,
no tardaron, por sus desmanes y atropellos, en atraerse el odio de los indios.
No atreviéndose estos por el momento, a apelar a la fuerza de las armas
procuraron debilitar numéricamente a los blancos, induciéndoles a fraccionarse
en destacamentos que iban en busca de supuestos tesoros que se les señalaban,
en distintas direcciones. Los indios hicieron creer a Almagro quien en este
momento estaba disputando a Pizarro la posesión del Cuzco, que en Chile
existían riquezas inmensamente superiores a las del Perú.
Entonces el caudillo castellano organizó una fuerte expedición y después de
una larga y penosísima travesía, por la meseta boliviana y la cordillera,
desembarcó en territorio chileno, cerca de Copiapó.
Muy pronto, sin embargo, tuvo que darse cuenta de que los indios le habían
engañado, pero como en este momento, se le incorporó su lugarteniente Rodrigo
de Orgóñez, con la noticia de que unas reales cédulas recién llegadas
reconocían al Cuzco como de su pertenencia, contramarchó inmediatamente y
habiendo cruzado el desierto de Atacama, llegó a corta distancia de la
metrópoli incásica. Esta capital acababa de sostener un terrible sitio sobre
los peruanos que se habían levantado en masa al mando de Manco Capac y su
guarnición estaba al cuidado de Hernando y Gonzalo, hermanos de Fransisco,
ausente a la sazón.
Los dos hermanos rehusaron entregar la ciudad a Almagro, pero éste la tomó
de viva fuerza, mediante un asalto nocturno y con este motivo, se inició la
guerra civil.
Almagro, después de ser derrotado y aprehendido por Alonso de Alvarado,
lugarteniente de Pizarro, en Abancay y por Hernando Pizarro en la batalla de
Salinas, fue estrangulado en un calabozo de la fortaleza del Cuzco (1538).
Más tarde, sus partidarios acaudillados por Juan de Rada, vengaron su muerte
asesinando a Pizarro en su palacio de Lima y dando el mando del Perú al joven
Diego de Almagro, hijo y heredero de los derechos del antiguo mariscal.
Un comisionado real procedente de la metrópoli, el licenciado Vaca de
Castro, restableció momentáneamente la tranquilidad del país, derrotando al
joven Almagro en el combate de Chupas y haciéndole decapitar. Le sucedió el
virrey Blasco Núñez de Vela. Este funcionario pretendió aplicar estrictamente unas
leyes que mermaban los derechos de los encomenderos. estos se sublevaron contra
el gobierno, al mando de Gonzalo Pizarro. El virrey fue derrotado y muerto por
los rebeldes en la batalla de Añaquito, quedando Pizarro dueño del país hasta
que la intervención de un nuevo comisionado real, el famoso clérigo Pedro de la
Gasca, tuvo por consecuencia el restablecimiento de la legalidad gracias a la
fácil victoria obtenida por las tropas reales en la batalla de Xaxixaguana.
Después de esta incruenta jornada, Gonzalo Pizarro, su sanguinario maestre de
campo, Francisco Carbajal y los principales jefes de la rebelión, perecieron en
el cadalso.
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