La Conquista del Perú.
Francisco Pizarro era extremeño, como Cortés. Había nacido
en Trujillo en 1470. No tenía la cultura, ni la nobleza, ni la diplomacia, ni
el carisma, ni la largueza proverbial
del conquistador de México; pero sí su inteligencia, intuición, valor militar,
tenacidad y espíritu heroico. Era, como muchos campesinos extremeños, cazurro,
desconfiado, ambicioso, insolente y sanguinario en su ira. No en vano las
Hurdes extremeñas aún no habían sido descubiertas por Castilla, cuando ya se
había descubierto América, y el resto de Extremadura está todo muy cerca de las
Hurdes..
Pizarro, que había venido a Indias con Ojeda en 1499,
permaneció en Panamá con Pedrarias hasta 1524.
Pascual de Andagoya, que había buscado el Perú, llegando
hasta el río Piñas (al que llamó Biruquete), estusiasmó a Pizarro, quien hizo
un viaje hacia el sur, sin poder llegar al Perú, sino sólo hasta el Ecuador.
Como la empresa exigía mucho dinero, Pizarro se asoció con
el manchego Diego de Almagro y el Clérigo Hernando de Luque, y en 1527, se embarcaron
nuevamente hacia el sur.
Llegados a la isla del Gallo, Almagro resolvió volver a
Panamá en busca de refuerzos, y enseguida el gobernador de esta ciudad envió un
par de naves para recoger a Pizarro y los suyos. Como muchos quisieran volver,
Pizarro trazó con su espada una línea en la arena y dijo: “Por aquí se va al
Perú a ser ricos; por ahí a Panamá a ser pobres. El que sea buen castellano,
elija lo que mejor le estuviere..”
Admirable elocuencia para un porquerizo analfabeto, e
indudable grandeza de la insolencia extremeña. Pizarro cruzó la línea en
dirección al Perú, y trece soldados cruzaron tras él; los trece de la fama,
volviendo los demás a Panamá con Almagro y el piloto Bartolomé Ruz.
Pizarro pasó a la isla de Gorgona, y allí esperó seis meses la
llegada de refuerzos, para pasar al continente. Cuando arribaron, y luego de
luchar arduamente con los indios de las islas, pasaron en un bergantín al
puerto de Túmbez, ya en el Perú. Corría el año 1527.
En Túmbez fue
desembarcado el griego Pedro de Candia, para hablar con los indios; pero
éstos les soltaron un tigre La fiera dio un zarpazo en el cuerpo acorazado del
candiota, a tiempo que éste le descargaba
un mandoble, haciéndola huir herida y
rugiendo de dolor.
Los indios entonces, agasajaron a Pedro de Candia, y al día
siguiente desembarcó Pizarro, asombrándose con la majestuosidad de los
edificios quechuas. Más, al enterarse de que había varias ciudades mayores que
esa en el imperio incaico, resolvió que era menester buscar ayuda en España
para conquistarlo.
Entre tanto, muerto el inca Huaina Cápac había dejado el imperio dividido entre sus dos
hijos Huáscar y Atahualpa, dando al primero el Perú y al segundo Quito. La
guerra estalló y, vencedor a Atahualpa,
merced a los buenos oficios del general Rumiñahui y sus tropas quiteñas,
se retiró a descansar a Cajamarca.
En España, Carlos V autorizó a Pizarro a conquistar el Perú,
y lo nombró en 1529, capitán general adelantado y gobernador, dando a Luque el
obispado de Panamá a Diego de Almagro la gobernación de Túmbez, a Bartolomé Ruiz el cargo de piloto mayor, y
a los trece de la fama, el título de caballeros.
Pizarro pasó a Trujillo, para reclutar gente con Pedro de
Candia, y entre otros, se trajo para
Indias a sus hermanos de padre, Hernando, Juan y Gonzalo, y a su hermano de
madre, Martín de Alcántara; además de un galopín trujillano, llamado Francisco
de Orellana.
En enero de 1531, Pizarro salió de Panamá hacia el Perú, con
cerca de doscientos soldados. Tras desembarcar en Túmbez, el trujillano fundó
San Miguel de Piura, luego de duros combates con los indios y dejando allí una
guarnición, realizó una fabulosa marcha por la cordillera hasta Cajamarca,
donde llegó en noviembre de 1532.
El inca estaba a una legua de la ciudad, con el general
Rumiñahui y su ejército, de más de 100.000 hombres, y el jefe español envió a
verle a su hermano Hernando Pizarro y a Hernando de Soto; éstos, con increíble
coraje insolente, sofrenaron las cabalgaduras a un paso del inca, quien tampoco
mostró siquiera inmutarse, y anunció que visitaría a Pizarro en el palacio de
Cajamarca al siguiente día.
Cuando llegaba el inca, Pizarro advirtió que el ejército
rodeaba la ciudad, y dispuso a los suyos en plan de combate, ubicando
estratégicamente su único verso (pequeño cañón), servido por Candia, y su
caballería en abanico, a las órdenes del capitán Sebastián Benalcázar.
Al llegar el Inca al gran patio en el le esperaba Pizarro,
el padre dominico Vicente de Valverde se adelantó hasta Atahualpa con la cruz
en alto y su breviario en la mano; le hizo una reverencia, lo santiguó, y se puso a explicarle el
misterio de la Trinidad, la redención de los hombres por Cristo, la vicaría de
San Pedro Y los papas y el poder de
Carlos V. Atahualpa, digno y sereno respondió que no tributaría a nadie; pero
que le placería ser amigo de Carlos V. Agregó luego que no obedecería al papa,
porque daba lo ajeno y que consideraba
su religión mejor que la cristiana, por cuanto Cristo había muerto, y el
sol y la luna, en cambio, nunca morían; preguntando por último a Valverde, que
cómo sabía él que era su dios el que había hecho el mundo.
El dominico repuso que lo decía el libro, y alcanzó al inca
subreviario. Atahualpa lo tomó, lo ojeo, y arguyendo que eso no le probaba nada
arrojó el breviario al suelo.
Valverde entonces lo recogió, gritando: ¡”Los Evangelios en
tierra..! ¡Venga cristianos..! ¡A ellos, a ellos, que no quieren nuestra
amistad y nuestra ley”!
Atacaron los españoles y se generalizó la pelea; pero pronto
el propio Pizarro derribó al inca y con ello acabó todo, quedando la plaza
llena de indios muertos, Atahualpa prisionero, y un solo español herido, el
propio Pizarro, quien recibió un corte en su mano al derribar al inca.
A los lejos, Rumiñahui emprendía la retirada con su
ejército.
Pizarro tomó por mujer a una hermana de Atahualpa y trabó
amistad con éste, pese a tenerlo prisionero.
Un día, el inca ofreció a Pizarro llenar la sala en que estaba recluído, con
oro, hasta donde llegaba su mano levantada, si le daba la libertad. El
conquistados aceptó y Atahualpa cumplió su promesa; pero en eso llegó hasta
Valverde, la noticia de que el prisionero había hecho matar a su hermano
Huáscar, y arguyó que el inca pertenecía a la inquisición.
Pizarro sometió el asunto a votación de los oficiales reales
y principales capitanes, y la mayoría votó por la muerte del indio.
Pizarro pues, no fue el único culpable de ese horrendo
crimen. Pudo haber evitado la muerte del inca quizá, pero tuvo miedo de
intentarlo o no le importó su suerte.
Atahualpa fue ejecutado en mayo de 1933, y en su lugar fue
nombrado inca, Manco Cápac.